Tocar los pasos del rumbero Frank Mola
Se llama Francisco Eustaquio Mola Fernández, pero lo conocen por Frank Mola. Percusionista del Ballet Folklórico de Camagüey, tiene una historia de identidad, de familia, como la propia compañía porque es uno de los fundadores, y allí empezó bailando.
“En 1991 vivía en Esmeralda. Mi hermana Regla Mola, profesora de danza, me avisó que buscaban integrantes para crear una agrupación. Aprobé las audiciones en el Teatro Tasende. Comenzamos 21 personas”, cuenta sin ofrecer muchos detalles, por modestia.
—¿Qué bailaba en aquellos inicios?
—Recuerdo la coreografía Enpungo Malungo. Eso quiere decir El Rey del Monte. La interpretaba con María Sosa. Ella representaba el monte y yo, el cimarrón. Como solista bailaba para Ogún, columbia, congo, y me unía a la comparsa.
Al mencionar la idea del grupo, resulta inevitable recordarlo con el bombo en ese momento de cierre en que músicos y bailarines salen al encuentro del público con un coro, espejo de tradición: Hoy te saludo/ yo, la Charanga de Camagüey…
“Vengo de una familia de rumberos. Mi tío Luis Mariano Almanza Varela, más conocido como “Fila”, dirigía la Charanga de Camagüey. Mi papá tocaba y allí empecé a los catorce años. Llevo la música en la sangre”, dice con orgullo sano.
—Entonces usted ha tocado en unos cuantos Sanjuanes…
—Desde que tengo uso de razón he estado en la comparsa Las Estrellas, la rumba de mi tío Fila, y el 20 de septiembre cumpliré 56 años… Del San Juan disfruto mucho cómo el pueblo se divierte cuando sale una charanga.
Frank Mola se nota más cómodo, y relata el ambiente festivo de cuando las personas salían acorde a la agrupación de rumba, por ejemplo, los de la Charanga del Anoncillo buscaban gajos de una mata; los de la Chancleta llevaban toalla, sombrero y calzado de palo; los de Marquesano iban diferente.
“En las últimas ediciones, el maestro Reinaldo Echemendía me pidió apoyo en la Comisión del Paseo”, comenta de esa otra labor compleja, y también aprovecha para agradecer a su director en el “Folklórico”.
“Yo me erizo al saber que soy percusionista del Ballet Folklórico de Camagüey. Soy empírico y he tocado cosas que nunca imaginé. El profesor nos dice que el buen músico dedica tiempo al instrumento. En plena pandemia, si no ejercitas, no puedes tocar. Te pueden doler las manos”, señala.
—¿Cuándo decidió cambiar de la danza a la música?
—En el ’96 di los primeros pasos como músico sin dejar la danza, y en el ’97 alcancé mi evaluación de percusionista de primer nivel hasta la actualidad. Por percances he salido y entrado, pero mi corazón siempre ha estado aquí.
El diálogo se torna un ir y venir del presente al pasado. Entonces saca del baúl de los recuerdos, las vivencias como instructor de arte, y luego como integrante del grupo Guatoco Cunancheto, de Eddy Nagüe.
“Representé a la provincia en Para bailar en tres ocasiones. Obtuve dos segundos lugares. No pude participar en la semestral porque mi compañera tuvo una situación de salud”, así regresa el baile a la conversación.
—Al principio, ¿cómo recibía el público lo que ustedes ofrecían?
—Yo tenía una explosividad que impresionaba. Bailaba con un machete de verdad. No olvido la despedida de un hotel. Me tocaba hacer de congo. Por detrás de los turistas, di una vuelta de carnera que todos aplaudieron. En Santa Lucía hicimos una vida hasta que el profesor decidió regresar. Camagüey debía conocernos en distintos escenarios, para los logros de hoy.
De ahí, emprende una gira para rememorar la acogida en países de Europa, América y África donde se sentían los más famosos, y complacían con bailables con música cubana al finalizar los espectáculos.
“El Ballet Folklórico de Camagüey lleva a la escena la espiritualidad del ser humano. Tiene identidad, sus propias raíces, cantos, bailes, coreografías, con música en vivo. Eso nos diferencia”, enfatiza este hombre de ritmos que anda de la guaracha al danzón, que pasa de la contradanza a lo campesino, y que sabe expresar el mágico sonido del tambor batá.
A él se le juntan los motivos de celebración: el aniversario de la compañía, su cumpleaños y la vuelta a casa de la esposa Maidelis Yamilka Marshall López, enfermera de la Brigada Henry Reeve. Aquí trabaja como Jefa de la Sala de Trasplante en el Hospital Provincial Manuel Ascunce Domenech.
“Acaba de regresar de Azerbaiyán. Antes cumplió misión en Haití. Durante la pandemia ha ido de refuerzo a otras provincias cubanas. Agradezco mucho a mi esposa y mis seis hijas porque me dan fuerza”, y dicho así no cabe duda que Frank Mola es un camagüeyano completo.
Por Yanetsy León González/Adelante
Foto: Alejandro Rodríguez Leiva / Adelante