Renacer teatral en Camagüey: el regreso del Festival
Camagüey amaneció llena de expectativa, como si la ciudad misma respirara hondo después de un largo letargo. Han sido seis años de ausencias, de silencios en las tablas que antes vibraban con la pasión y el ingenio de quienes hacen teatro.
Este año, el festival estuvo al borde de no ser. La economía, cada vez más compleja, parecía conjurar nuevamente contra esta tradición amada, pero el teatro, como siempre, resistió. Y ahí estábamos, al filo de la incredulidad, trazando rutas entre escenarios, comprobando que aún podemos soñar en colectivo.
El arranque del festival fue un bálsamo, y no podía empezar de mejor manera que con Verónica Lynn, esa leyenda viva que a sus 93 años volvió a reinar en las tablas del Centro Cultural José Luis Tasende. Frijoles colorados, la obra que dirige e interpreta junto a Jorge Luis de Cabo, se sintió como un tributo al absurdo y a la perseverancia. Matilde y Federico, esos dos viejos dementes que defienden su casa y sus frijoles de una rata imaginaria, eran un espejo de lo que somos: luchadores incansables en medio de la adversidad.
Verónica, incansable, lo llena todo. Su presencia no es solo un regalo, es un milagro. Apenas el año pasado habló aquí mismo con entusiasmo de este montaje que aún estaba en ciernes, y verla ahora, en movimiento constante, desbordante de vitalidad y maestría, fue la mejor manera de recordarnos que el teatro es resistencia.
La jornada del lunes presentó en el Guiñol de Camagüey, al grupo habanero La Proa con Amelia sueña mariposas, una obra tierna y colorida sobre el poder de la imaginación infantil. Por otro lado, la sede de La Andariega abrió sus puertas a los nuevos talentos, estudiantes de tercer año de arte dramático de la Universidad de las Artes ISA, que se atrevieron a homenajear con profundidad y humor.
El primer ejercicio, dedicado a las mujeres del teatro y en especial a Broselianda Hernández (1964-2020), tomó personajes del dramaturgo Abelardo Estorino y les dio una mirada con enfoque de género. El segundo, Amores ridículos, nos arrancó carcajadas con su humor vernáculo y cubanísimo, una creación de Iván Camejo.
El broche del día fue en el Teatro Avellaneda, donde Teatro El Público hizo de las suyas con Réquiem por Yarini, un espectáculo tan provocador como fastuoso, en su reflexión sobre el poder, la moralidad y el deseo. Dirigida por Carlos Díaz, la obra, con sus más de dos horas de duración, fue un despliegue de arte total: luces, música, desnudos y unos 30 actores coreografiando una historia de pasiones. Fernando Hechavarría, en el papel de la Dama del Velo, impresionó con su versatilidad, demostrando por qué sigue siendo uno de los grandes, y la persona más ovacionada, Giselle Sobrino, por su desempeño como La Jabá.
La sensación de volver a vivir el festival, aunque en una versión más breve, es indescriptible. Hubo ansiedad, hubo dudas, hubo ajustes. Pero ya es una realidad. Las mañanas estarán dedicadas a sesiones teóricas, pero lo que importa es que Camagüey vuelve a tener teatro en sus tardes y en sus noches. Vuelve la electricidad que alimenta los escenarios, vuelve el público que se ruboriza y ríe, vuelven los artistas admirados, los proyectos que se atreven.
Camagüey, ciudad de teatro, respira nuevamente. Y con ella, nosotros también.
Por Yanetsy León González/Adelante
Foto Leandro Pérez Pérez/Adelante