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sábado, noviembre 23, 2024

¿Piratas en Camagüey?

En la prematura fecha del 3 de mayo de 1493 el Papa Alejandro VI proclamó la soberanía absoluta de España sobre todas las tierras descubiertas y situadas al oeste de las Azores.

Muy pronto el Rey español aprovechó la Bula redactando disposiciones que le aseguraban eternamente el saqueo sin competencia de las riquezas americanas, dejando fuera del negocio no sólo a los demás países europeos sino incluso a todos los súbditos españoles que no fueran nacidos en Castilla.

Un único puerto fue habilitado en la Península para comerciar con el Nuevo Mundo: San Lúcar de Barrameda, en Sevilla.

Lógicamente nada de esto gustó en las capitales europeas. El Rey de Francia dijo en respuesta a la Bula Caetera: «El sol sale para mi como para los demás. Me gustaría ver la cláusula del Testamento de Adán donde se me excluye de una parte de mundo.» Francia, Inglaterra y otras naciones de Europa, sin más dilación enviaron al Caribe a sus corsarios a disputar los derechos a los conquistadores ibéricos.

Debido al fomento de la ganadería, a las favorables condiciones topográficas y a las abundantes cosechas, obtenidas a fuerza de brazos africanos, se elaboraba en Santa María del Puerto del Príncipe mucho queso, tasajo y casabe, estos productos se enviaban a los embarcaderos de La Guanaja y Jigüey, por el norte y al de Santa María en la costa sur, para aprovisionar los barcos que tocaban la costa, propiciando un activo comercio que trajo relativo bienestar a los habitantes de la Jurisdicción.

Cuenta la historia que el 2 de julio de 1555 tres naves piratas pertenecientes quizás a la flota de Jacques de Sores, asaltaron una hacienda situada en la costa norte de Camagüey nombrada Cubanga y ubicada por aquel investigador en un sitio nombrado Santa Gertrudis.

Los piratas, como es de suponer, robaron allí cuanto había e hicieron otras depredaciones. Este es el primer asalto del que se tiene noticia en la zona, poco tiempo antes de la toma de La Habana, realizada ese mismo mes por los franceses.

Numerosas comienzan a ser las apariciones de piratas europeos en las costas de Puerto Príncipe, aunque en honor a la verdad, la mayoría se contentaban con realizar contrabando con los naturales quienes no se contentaban menos que ellos al romper el férreo monopolio de la Metrópoli.

En ocasiones los negociantes no se ponían de acuerdo, o los extranjeros eran engañados por la picardía de la «gente de la tierra» y entonces salían a relucir las armas y las vendettas.

Por eso el 28 de mayo de 1574 llegó material de guerra solicitado por los vecinos de Puerto Príncipe al Gobernador ante la cada vez más frecuente aparición de piratas reclamando sus cuentas en todas partes. Esa vez fueron repartidas armas y municiones para la defensa, pagando cada vecino lo recibido.

Las mercancías europeas que entraban de contrabando por las costas de Camagüey eran revendidas a otras localidades del interior del país, lo cual constituyó un lucrativo negocio para algunos que luego llegaron a ser en la villa encumbrados personajes.

En 1603 los contrabandistas asaltaron dos naves procedentes de España frente a Cayo Romano; en estas embarcaciones viajaba la familia del Licenciado Melchor Suárez de Poago, Teniente Gobernador de Cuba.

Sólo algunos viajeros pudieron escapar del saqueo, y los restantes, desnudos fueron enviados a Baracoa por los contrabandistas, se dice que estos forajidos eran liderados por Diego Grillo, el pirata negro nacido en La Habana.

En 1604 el Gobernador Pedro de Valdés escribió al Rey «El contrabando va en mayor abundancia cada día(…) y de los lugares y puertos de esta Isla, con los herejes y piratas enemigos de Vuestra Majestad y de nuestra Santa Fe (…)Han tomado los enemigos mucha cantidad de fragatas cargadas en el puerto de Igney,-¿ sería jigüey ?- que es el Puerto del Príncipe, y quemado a Baracoa, y hecho lo mismo y saqueado a Santa Cruz del Cayo y lugares y puertos que están en la banda del Norte.»

Otras villas como Bayamo también realizaban este llamado comercio de rescate y fue precisamente en este lugar donde en 1604 se produjo el secuestro del Obispo de Cuba, Fray Juan de las Cabezas y Altamirano a manos de burlados piratas franceses, desembarcados en Manzanillo.

En su descripción de aquellas jornadas Altamirano cuenta cómo lo sacaron desnudo y descalzo caminando por sitios difíciles hasta que un principeño lo ayudó, el texto dice así: «Verdad es que a las seis leguas de la playa apareció un hidalgo de Puerto Príncipe llamado Juan Rodríguez de Cifuentes, que vivía en un hato cercano, el cual arriesgando su vida, me ofreció el caballo en que viajaba y me acompañó a pie hasta el navío(…)»

Los franceses eran dirigidos por Gilberto Girón, quien cayó junto a la mayoría de sus secuaces en una emboscada preparada por los pobladores de la región. El párroco fue rescatado con vida y… aquí vuelve a entrar Puerto Príncipe en esta historia de piratas, pues fue precisamente su Escribano Público y del Cabildo, Silvestre de Balboa Troya y Quesada quien legó a la posteridad la primera obra de la literatura cubana, escrita en Camagüey, y con este tema de la piratería llevado a una escala épica.

Dicen muchos entendidos que ya en esa época era tanta la complicidad de los vecinos de Puerto Príncipe en el tráfico con los «forbantes» que tuvo Don Silvestre que escribir la narración para limpiar la imagen de la muy noble y leal villa, e incluso la suya propia.

En una investigación abierta contra los implicados en el contrabando se comprobó que la mayoría de los notables estaban complicados, incluyendo a Teresa de la Cerda, descendiente directa del fundador de la villa, Vasco Porcallo de Figueroa.

Pero estas cosas, a esos niveles pronto se olvidan, «poderoso caballero es Don Dinero», es verdad que los hacendados dedicados a la reproducción de ganado de pronto tenían muchos más esclavos que los comprados legalmente, o que sus fortunas aumentaban antes de llegar la época de las ferias y las cosechas, o que de pronto sus señoras usaban joyas muy parecidas a las robadas poco antes en algún abordaje francés, pero quién se iba a poner a preocuparse demasiado por esas nimiedades si sus aportes monetarios estaban en regla con Dios y con el Cabildo…

El periódico Granma, órgano oficial del Partido Comunista de Cuba, publicó el 21 de diciembre del año 2001 un interesante artículo sobre la vida y obra de Ignacio Agramonte titulado «Seamos obreros de la Humanidad», este trabajo firmado por el prestigioso periodista Luis Suardíaz refiriéndose puntualmente al tema que nos ocupa refiere lo siguiente: «En la médula de las fortunas principeñas además de la explotación sin límites – detrás de cada gran fortuna hay un crimen, como bien sabía Marx y como escribió Balzac- se hallaba el contrabando que burlaba las disposiciones coloniales, principalmente con ingleses y holandeses, porque Don Dinero no tiene Patria, de modo que la fidelidad a España proclamada por los encumbrados era pura hipocresía».

Tomado de Internet.