Moira Criolla: El teatro y el destino en Cuba hoy
“Hoy van a asistir al nacimiento de un desastre. Faltan tres semanas de trabajo. Por tanto, lo que verán es un ensayo”. Así de franco se mostró Freddys Núñez Estenoz, director de Teatro del Viento, al abrir la función de Moira Criolla, que en sí misma significaba la reapertura de la sede luego de una angustiosa reparación.
Con micrófono en mano, como es su costumbre, Freddys, el mismo que recibe a los espectadores y los lleva hasta sus asientos, habla mucho más claro que un antiguo chamán. Ha armado un espectáculo con un collage de escenas con independencia propia que, al juntarse, plasman al cubano contemporáneo, ese que, como a él mismo le pasa, no hace lo que quiere, sino lo que puede.
En la mitología griega, “Moira” se refiere al destino inevitable que guía la existencia de los humanos. Las Moiras eran tres divinidades (Cloto, Láquesis y Átropos) encargadas de tejer, medir y cortar el hilo de la vida. En Moira Criolla, ese destino podría representar la realidad económica y social de Cuba, las dificultades y crisis que, de alguna manera, parecen estar fuera del control de los ciudadanos, pero que ellos enfrentan con creatividad, resistencia y arte.
La obra, aún en proceso de perfeccionamiento, muestra un tejido de textos escritos por los dramaturgos Ulises Rodríguez Febles, Roberto Viña y el propio Freddys Núñez, y dos jovencitos: Bell Pi, una doctora de formación con facilidad para componer décimas, y Luis Bermúdez, un muchacho que emprende carrera como opinador en redes sociales.
Podemos evaluar la obra desde dos perspectivas: por un lado, sus aportes como herramienta de denuncia social y movilización colectiva, y por otro, su valor artístico y teatral. Y algo medular, no podemos desconocer el papel que está jugando el teatro en un contexto como el de Cuba.
Luego de aproximadamente una hora y cuarenta minutos de puesta, el resultado es un espectáculo fragmentado en su estructura, con un hilo conductor: la lucha diaria de un pueblo que sobrevive en medio de carencias y desafíos, lo que plantea muchas interrogantes y ofrece múltiples aristas para la reflexión.
Desde mi oficio, me resulta interesante cómo roza al periodismo. Si bien el teatro y el periodismo comparten la denuncia, la dimensión estética ha de distinguir a las artes escénicas. Moira Criolla tiene aciertos en la crudeza con que retrata las tensiones sociales cubanas, pero el enfoque directo en algunos momentos le resta profundidad artística a lo que podría ser una experiencia más simbólica.
En ese sentido, la obra presenta momentos dilatados. Freddys, en su intento por capturar la realidad sin filtros, cae en la tentación de alargar escenas. No me refiero a la duración en minutos, ya que casi todas son breves, sino a la sensación de estiramiento, a una tensión suspendida. Esto podría estar vinculado a su estilo de “dramaturgia proactiva”, término que ha acuñado, y por el cual cada ensayo parece convertirse en una obra en sí misma. Así da cierta frescura y espontaneidad, pero corre el riesgo de perder ritmo en el proceso. La técnica busca mostrar al actor como persona común, desafía los límites entre la representación teatral y la vida real, pero inevitablemente la teatralidad se impone. Queda en el aire la pregunta: ¿Hasta qué punto esta dramaturgia permite a los actores ser ellos mismos, o se convierte en otra forma de actuar?
Moira Criolla se ve moldeada por la frontalidad, entendida como la forma simbólica que ha caracterizado la concepción dominante del teatro desde el siglo XVI hasta el XX, y que aún hoy sigue vigente. En este caso, se presenta en una sala de carácter patrimonial, sede de Teatro del Viento, que cuenta con una sala pequeña y alternativa en su segundo nivel. Sin embargo, la elección de esta disposición frontal está claramente influenciada también por la presión de un público numeroso, ansioso por ver al grupo. Esta necesidad de acomodar a más espectadores ha hecho que, incluso en montajes pensados para un formato de arena más íntimo, se aumente la cantidad de butacas.
Ángulo insoslayable es cómo la experiencia del público —llegando a la función después de un día sin electricidad, tal vez sin haber comido— afecta la recepción de la obra. En un contexto así, la conexión emocional entre lo que sucede en el escenario y lo que viven las personas en sus casas se vuelve mucho más fuerte. Porque el público no ve la obra como entretenimiento, sino como una representación de su propia vida diaria, lo que podría intensificar la catarsis.
La función de Moira Criolla bajo condiciones tan extremas pone en evidencia cómo el teatro puede servir como una plataforma para expresar el malestar colectivo, pero también como un espacio donde las personas pueden encontrarse, reflexionar y procesar sus experiencias. Aunque el contexto es precario, el teatro sigue ofreciendo algo invaluable: la posibilidad de ver, entender y dialogar sobre la realidad desde una perspectiva artística.
Freddys ha logrado crear un fenómeno social alrededor de sus funciones, atrayendo a un público amplio y diverso. ¿Qué tiene el trabajo del director en general que genera tanta expectativa? Quizá le da esa resonancia su capacidad de representar con cruda honestidad la realidad cubana. Aunque su teatro sea criticado por algunos colegas, conecta emocionalmente con los espectadores.
Precisamente, es fascinante el ejercicio de autocrítica en la obra, al contar al público acerca de cómo es mirado Teatro del Viento dentro de su gremio por considerar que hace “teatro exprés” o “reguetón-teatro”. El tono peyorativo señala, quizás, la rapidez en la creación o la falta de profundización que algunos colegas puedan percibir en su trabajo. Esta crítica es válida si, por el contrario, el teatro ágil y conectado a la realidad responde a la necesidad de un público que demanda inmediatez y autenticidad. ¿Es este “teatro exprés” una limitación o una virtud en su contexto? Yo pienso que es una virtud.
Otro aspecto destacable es el uso del humor y el sarcasmo, que fluyen con mayor naturalidad que en anteriores trabajos de Freddys. El humor, bien dosificado, aligera la densidad de la crítica social, permitiendo al espectador reír y reflexionar a la vez. En esta obra, el sarcasmo se convierte en una herramienta eficaz para abordar temas serios sin perder la frescura y la sagacidad.
Detengámonos ahora en el elenco. En primer lugar, es necesario destacar la presencia de la actriz Ana Rodber, la única que permanece de los fundadores en el grupo, junto a Freddys, por supuesto. Con 25 años de trayectoria, su experiencia nutre al colectivo y al director, quien se ha apoyado en ella para fortalecer la cohesión y la visión artística. Su maestría actoral y su vida dedicada al teatro son una fuente de aprendizaje constante.
Con menos experiencia, pero como una joven con carrera virtuosa, está Aliannis Sarduy, quien sobresale no solo por su capacidad actoral, sino también por su aporte musical. Teatro del Viento ha perfeccionado el uso de la música como un recurso clave en sus puestas en escena, y Sarduy ha compuesto varios temas originales que interpreta con excelencia. La música, en esta obra, potencia la narrativa y contribuye a crear una atmósfera emocionalmente envolvente.
El elenco de Moira Criolla está compuesto en su mayoría por jóvenes, muchos de ellos aún estudiantes de la Academia Vicentina de la Torre. Para estos actores, la obra representa tanto un reto artístico como un paso importante en su proceso de graduación. Formarse en medio de la pandemia de COVID-19, con los obstáculos que esta implicó, ha añadido una capa de dificultad a su preparación. No obstante, estos alumnos han demostrado aptitud.
Por otro lado, también hay actores que no provienen de una formación académica formal, sino que fueron descubiertos y formados por Freddys a través de la práctica en el grupo. Este enfoque, que combina el aprendizaje vivencial con la disciplina escénica, ha permitido que talentos de la calle, como Elva Estévez, asuman roles. Ellos enfrentan el desafío de llenar el vacío dejado por quienes popularizaron al grupo, pero su compromiso y entrega muestran que están preparados para asumir esa responsabilidad ante un público exigente.
Uno de los temas recurrentes en las obras de este dramaturgo y director camagüeyano es la crisis de los profesionales cubanos, representada a través del personaje del médico agobiado, una figura que refleja el desgaste emocional y físico de quienes, a pesar de años de estudio y esfuerzo, enfrentan un sistema que no les brinda las condiciones necesarias para prosperar.
A esto se suma la desesperanza de quienes ya no sueñan con construir un futuro en Cuba, sino que ven la migración como su única opción. En Moira Criolla, los jóvenes no tienen un objetivo profesional claro, solo desean “hacer las maletas”, lo que denuncia la falta de perspectivas en el país. Este paralelismo entre el médico agobiado y los jóvenes sin futuro refuerza la idea de una crisis generacional que atraviesa todas las esferas de la sociedad cubana.
La obra toca un nervio sensible al mostrar un colapso emocional y psicológico, y demanda una mirada crítica y un actuar efectivo ante la problemática de la desilusión, que no coadyuve a corroer el sentido de identidad y pertenencia. Otra arista es la reivindicación de los héroes en la obra. Este contraste entre las figuras heroicas, que incluso en los billetes deberían representar los más altos ideales, y la vulgaridad cotidiana resalta la disonancia entre lo que se dice que se valora en la sociedad cubana y lo que ocurre.
El uso del lenguaje prosaico en Moira Criolla es un recurso deliberado que señala la normalización de la vulgaridad. Critica el deterioro de algo más profundo: la formación de las nuevas generaciones. Esa desvalorización del lenguaje, a su vez, refleja una pérdida de la educación formal y el respeto por la palabra, así como el síncope de otros aspectos esenciales, como la cultura, la moral y la educación cívica. En cambio, llama la atención cómo el uso de este lenguaje impacta al público. ¿Provoca risas, incomodidad, o simplemente pasa desapercibido porque refleja una realidad ya normalizada? Sí, la gente sonríe a esos estímulos de la puesta.
El contexto de crisis funciona como el trasfondo y a la vez constituye parte esencial de la experiencia teatral. Tanto público como actores son protagonistas de un esfuerzo colectivo por mantener viva la cultura. El estreno de Moira Criolla, realizado en medio de cortes eléctricos y escasez, se convierte en un acto de resistencia colectiva. La obra trasciende su valor artístico para convertirse en una herramienta de denuncia y reflexión social, donde el teatro no es solo un entretenimiento, sino un espacio de catarsis y encuentro. En estas circunstancias, el público vive su propia realidad reflejada en el escenario; por tanto, se intensifica la conexión emocional y la relevancia del teatro como refugio para el pensamiento crítico.
A pesar de las críticas a la institucionalidad en esta y otras puestas en escena de Teatro del Viento, es la misma institucionalidad la que sigue garantizando el proceso de creación y las funciones. Es muy probable que Moira Criolla sea retomada en cuanto las condiciones del país, y por ende, de la provincia, se estabilice, aunque, fiel al estilo de Freddys, la dramaturgia podría evolucionar con nuevas escenas o personajes. Su enfoque proactivo siempre trae sorpresas. No olviden que comento la función de estreno.
Aunque la temporada comenzó con éxito, a partir de la segunda función se vio afectada por el apagón general de Cuba, lo que obligó a suspender el resto de las presentaciones y llevó al grupo a devolver el dinero a quienes habían reservado. Sin embargo, la obra sigue viva en las redes sociales gracias a la respuesta del público, que se quedaba para fotografiarse con el elenco y luego compartir las imágenes como símbolo de gratitud. En este “mundo paralelo” de la virtualidad, es la manera actual de corresponder por el valioso apoyo emocional que ofrece Teatro del Viento.
Por Yanetsy León González/Adelante
Foto: Leandro Pérez Pérez/Adelante