Marcelo, música y alma
Marcelo Andrés Luis ha muerto. Su voz portentosa escondía una vida de silencio y de dolor. Padecía sicklemia, pero más nociva fue la falta de visión para ponderar en la justa medida su consagración del creole en la música.
Era un cubano con profunda conciencia de sus raíces haitianas. Nació el 2 de marzo de 1960. Provenía de Bijarito, un pueblo de Jimaguayú. La casa colindaba con la finca San Rafael, donde vivía Rafael Celdeiro. Este amigo, fundador del mariachi Nuevos Aires, lo recuerda humilde y amigable: “Parecía tímido, pero era desenvuelto al hablar, respetuoso, y con una familia bien llevada”.
Otra persona cercana, el saxofonista Henry Hernández cuenta que las maestras Alina Orraca y Digna Guerra lo querían en sus coros de La Habana, por considerar las cualidades vocales en el rango más grave de las mejores de Cuba.
“La música es la medicina del alma” se le escucha decir a Marcelo en una mención de radio dedicada a los 60 años del Coro Profesional de Camagüey. Por esa gran escuela dejó de tocar el bajo para sacar los colores al instrumento que llevaba dentro.
Lamentablemente no hay mucho registrado en el país, porque la mayor parte de la discografía de Desandann, su otra agrupación esencial, fue grabada en el exterior y la difusión responde a intereses implacables en las leyes del mercado.
Desde la musicología Ingrid Socorro emprendió un estudio a este coro y se detuvo a resaltar la voz de bajo. La musicógrafa Verónica Fernández confirmó la reciente grabación en el Estudio Caonao de la canción La balada de Anaís, inspirada en la novela Gobernadores del rocío, de Jacques Roumain, para un disco a Nicolás Guillén: “Marcelo tiene una parte extensa junto a Emilia Díaz donde podemos disfrutar de esa voz excepcional”.
Además de compositor y arreglista, impartió clases en el Conservatorio de Música José White. Ostentaba un “oído absoluto”, como se identifica dentro de su gremio, y era el “líder de cuerda y columna vertebral del Coro y de Desandann”, insistió Lena Lauzao, directora del Coro Profesional de Camagüey.
Henry Hernández sí fue testigo del surgimiento de la agrupación de descendientes de haitianos. Cuando empezaron a ensayar solo tenían dos temas: Iré a Santiago, y otro de Electo Silva: “Marcelo comienza a versionar los cantos haitianos, los armoniza y los lleva a la música popular concertante. Le hace el repertorio. Sin Marcelo Andrés Luis no hubiera habido Desandann”.
También el historiador de arte y miembro de la comunidad de descendientes haitianos Yolexis Pilliner resalta el dominio del creole, el respeto a la cultura madre y a géneros musicales: “Recuerdo algunos de sus temas como Tripot (Chismoso) y Jonhas, una especie de góspel y soul. He visitado dos veces Haití. Agrupaciones de allá consideran que no han tenido una voz como la de Marcelo”.
Debía completar su amplio perfil el grupo Marcelo Sin Frontier (Sin Fronteras). Compartía sus búsquedas sonoras en la sede del Instituto Cubano de Amistad con los Pueblos, con un público de estudiantes extranjeros de Medicina. “Todo fueron proyectos, ensayos, nunca se materializó nada. Fue desatendido y subvalorado. Su música pasó inadvertida, pero hay evidencias, testimonios. Con Dawlyn Aldana registró dos temas”, sostiene Henry Hernández.
Además, estaba involucrado en un proyecto audiovisual dedicado al vudú en Cuba, pero ya es demasiado tarde para gratificar al hombre cabal, irremplazable, cuya muerte duele mucho porque, a salvo de vanidades y oportunismos, solo aspiraba a compartir ese proceso mutuo de sanación de la música y el alma.
Por Yanetsy León González/ Adelante
Foto: Alejandro Rodríguez Leiva/ Adelante