Jorge Santos Díaz
Una mayoría significativa de artistas aman su terruño con un sentido metafórico de la realidad. En ese conglomerado se inserta Jorge Santos Díaz (Camagüey, 1922-1996), quien, con toda razón, ha sido llamado el pintor de Camagüey.En cualquier caso, este artista —que por una suerte placentera fue mi padre— construyó sus obras como insinuaciones acentuadas de un universo palpable donde se desarrollo.
Sus largas jornadas por las calles, parques, patios y la campiña agramontina con vistas a encerrar en su visión el contexto para sus creaciones, le otorgó el derecho de convertirse en un creador genuino que no hizo concesiones y elaboró con metódica precisión un repertorio pictórico digno y sintetizador de lo que él creyó valedero.
Por ello, comprendió con nitidez que si un cuadro no salía, ello podría tener consecuencias desastrosas para él y el arte y, por consiguiente, sus imágenes recuerdan la historia de su tierra. Y eso lo llevó a utilizar el contacto entre historia y realidad como un elemento salvador de la propia existencia del entorno. Por eso se zafó de lo cursi, de la banalización, y asumió su responsabilidad creativa para clasificar lo que es arte, lo que tiene este de sensibilidad para enfrentar el aquelarre de la destrucción provocada por un día tras otro.
De allí que Santos captara el poder hipnótico de su ciudad, con sus habitantes peculiares, con la violencia del tiempo, y le interesara el dilema entre conservación transitoriedad para apuntar con firmeza «[los temas de mi pintura se refieren a] mi sensibilidad con el entorno. Hay muchos personajes; yo reflejo las calles, las cosas, la naturaleza, pero, también, a veces hago naturalezas muertas, marinas, retratos…»1 ese es el artista Jorge Santos, que, con lógica extrema, planteó una y otra vez cuidar su ciudad.
Cuando uno se introduce en el vasto desempeño creador de Santos, comprende cómo el tiempo implicó para él un valor histórico y hasta medular. Por ello, era perseverante en el quehacer y poseía una profunda visión de lo que le rodeaba y, en especial, tenía una conciencia plena de que lo que pintaría era la historia de cómo consiguió esa historia. No había inseguridad en sus trazos, porque nada en él era festinado, y convirtió a Camagüey en su obsesión.
Durante más de cuarenta años fue el motivo esencial de sus creaciones. Eso, en parte, hizo que muchos —entre ellos el que esto escribe— no lo comprendieran. Sin embargo, él continuó, insistió en el tema, y demostró que no era necesario arrojar esos lienzos del caballete y dedicarse a pintar otras cosas. Decidió remangarse la camisa y con perseverancia enfatizó en el tema. Esa fue una lección que dio inolvidable: enseñó que no hay que buscar emociones sensacionalistas o efectistas, sino que lo vital es crear todos los días con una firme convicción.
Y tal actuar denota, por tanto, un significado, y es que el artista no puede perder su papel crítico que lo acompaña. Si algo caracteriza a los creadores auténticos es que poseen es el denominador común de ser dueños de una intensidad apasionada, porque sus ojos y el resto de sus sentidos captan con más tino el horror del tiempo, el desgaste de lo que le rodea, pero, no obstante, algo los distingue y es el querer salvar lo que ve todos los días. Por tanto, la importancia de estos artistas está en el impacto que tiene su actuar, y con la interpretación que hacen de la realidad ayudan considerablemente a comprender mejor el entorno por todos. De alguna manera, siempre ha sido así, y Santos se ubicó en ese grupo de artistas.
Ahora bien, cuando uno observa detenidamente sus obras, cuando se repasa el pensamiento expresado en ellos, comprende que su actitud fue siempre la misma, pero en ellas sobresale un concepto personal, digamos que su sello distintivo y este era la constancia en el trabajo y en el tema explotado. En Santos se aprecia el suficiente valor para documentar la historia de su ciudad. Es la historia tormentosa que se da entre crear y ser participe de lo cotidiano. Justo con esas premisas trabajó Santos, como todo artista que ha tenido su arte como un proceso evolutivo. Quizás para algunos, el comportarse así lo vean como un compromiso gratuito, innecesario, pero un artista consagrado no entra en esa lógica simplista y pragmática.
En el caso que nos ocupa, algo estaba muy claro y es que lo incompatible que existe entre ideal y realidad se expresó en él como una relación simbólica e identitaria. El fenómeno del arte es Santos ofrece un ámbito fascinador, descollante, en una especie de alternancia cuyo contrapeso está conformado tras sus propias necesidades con una dialéctica singular entre su vida y su arte. Por eso llega a decir categóricamente, «Me siento afincado en las tradiciones. Las calles de mi ciudad, el olor que se desprende de las casas, el colorido que se percibe de las paredes, la grandiosidad de los guardapolvos y la laboriosidad de las ventanas…»2.
Esa iniciativa inspiradora desbordó su creación siempre, y le otorga dimensiones que trascienden su propio ámbito y época, porque esa preocupación por «salvar» en un lienzo las casas, las calles, patios, fachadas, etc., es lo que hace que como dijera Raúl González de Cascorro «se le considere como el pintor de Puerto Príncipe».
Cabe entonces, reflexionar sobre su manera de sentir ese ambiente local y que caracteriza su estilo, y es que al interpretar la idealización de su entorno, Santos trasvasa con energía suficiente lo aprehendido y lo plasma de una forma consciente sin separarse de aquello que era la esencia: la ciudad.
Naturalmente, los contextos participan organizadamente en un tipo de experiencias que marcan su andar y acude a ellas como un espectador-participante, que manifiestamente hace influir su punto de vista en el fondo de la cuestión: vale consignar, su arte.
Al respecto, Pompeyo Pichs señaló, «Con un tratamiento furtivamente inquieto del color y de las formas […], sus paisajes cobran nueva vida en la tela, para desbordar con mil matices de luz y contrastes la vitalidad latiente en cada una de sus callejuelas y fachadas desoladas, en sus campiñas deshabitadas, en fin, en ese mundo que recala, despuebla y puebla de nuevo con infinidad de voces ópticas, que nos comunica un cálido aliento de revalorización y optimista actualización».4
Y ese acontecer nos hace evocar un legendario pasado de contrastes con el presente, mostrando una crónica de la ciudad que al paso de los años ha estado impregnada de belleza e historia. Por es Santos es un cronista del pincel, que mostró un recio raigambre existencial y de amor por su tierra, que le valió decir»…que le debe una serie que bien pudiera estar dedicada a sus personajes típicos, o al quehacer cotidiano de sus conciudadanos, o se me antoja que estaría referida a las tradiciones[…], o a las leyendas que tanto abundan.
Si algo me debe es que esos propios conciudadanos con los que hablo todos los días cuiden más nuestras calles, o las fachadas exaltadoras que parecen salidas del corazón. Camagüey. Camagüey me debe que se le cuide más para que perdure».5 Y ese amor por su ciudad lo reveló como un artista marcado por la historia y profundamente humano, y esto revela que no fue mera inspiración el que haya elegido esas ruinosas calles y fachadas como motivos para la supervivencia.
En la casi totalidad de sus obras —salvo en los motivos florales— hay una continuidad ineludible del tiempo y el espacio, que nos lleva hacia el horizonte-escenario en el que el misterio se convierte en las siluetas de un paisaje evocador de la memoria. Con otras palabras, su lenguaje es más fluido y contundente en ese devenir de la ciudad atrapado por él y que está plenamente intercalado con su pensamiento estético.
Por eso su vastedad está ligada a una constante en el que todos los elementos conforman las líneas cardinales de su existencia artística.
Pudiéramos aseverar, que su obra es un canto a la libertad del hombre y de su medio. No es una reconstrucción o un rescate lo primordial, en sus obras lo que refulge y rezuma son la poesía interior de la ciudad y las tensiones cotidianas estrechamente vinculadas y expuestas por él magistralmente.
Si bien tuvo diferentes etapas creativas, en Santos siempre se manifestó una dimensión aglutinadora por preservar lo bello del entorno.
Por eso trataba de descifrar lo que se revelaba ante sus ojos. He allí una clave para comprender su arte,6 que lo llevó a exponer en diferentes países en muestras personales y colectivas, y tal resonancia lo hizo merecedor de ser proclamado el pintor de Camagüey, por su manera de ver la ciudad, por toparse con una realidad que no le fue tangencial, plagada de sueños, fantasías, deseos y necesidades, partiendo de que su perspectiva es un punto objetivo, una guía inexorable e incuestionable.
Por razones evidentes, su identidad nació del sentimiento de pertenencia a una ciudad que lo enalteció. La historia de las artes plásticas en Camagüey guardarán por siempre su nombre unido a lo que está indisolublemente ligado a él, el reconocimiento como el pintor de Camagüey, pero, en nuestro caso, seremos incapaces de recordarlo sin su sonrisa sincera y afectiva, la que siempre me brindó como padre ejemplar.
Notas
1 V.: Jorge Santos Caballero: «Jorge Santos vs Jorge Santos», Antenas, segunda época, no.5, julio-diciembre, 1992:42-44.
2 Ibidem.
3 V.: Raúl González de Cascorro: «Puerto Príncipe tiene su pintor», La Gaceta de Cuba, segunda época, no.5, 1983:18.
4 Cf.: Pompeyo Pichs: «Camagüey a través del óleo y la acuarela», Tabloide (suplemento cultural del Periódico Adelante)no.1, agosto 1978:2.
5 Op. cit.en nota 1.
6 V.: Jorge Santos Caballero: «El universo artístico de Jorge Santos Díaz», Tengo (Publicación cultural Periódico Adelante) no. 4/98:2-.
Artículo: Jorge Santos, el pintor de la Ciudad, Autor: Jorge Santos Caballero