Freddys Núñez Estenoz: El teatro como acto de servicio
Las palabras que importan no caducan. Este 27 de marzo, Día Mundial del Teatro, volvemos a una conversación que no es de ahora, pero que sigue siendo necesaria. En enero, cuando Cuba celebraba su propio Día del Teatro, Freddys Núñez Estenoz habló de su vida, su arte y su ciudad. Y este jueves de conmemoraciones, revisitar sus palabras es una forma de repensar la escena y a quienes la hacen posible. Porque el Teatro del Viento, esa criatura que parió “por cesárea” hace 25 años, sigue soplando fuerte en Camagüey. Y porque Freddys sigue siendo uno de los imprescindibles.
Desde sus inicios, ha sido un creador de mundos. Hijo de una auxiliar de cocina y un técnico veterinario, su historia no se parece a la de los artistas que heredan un linaje cultural. Viene de la tierra, del esfuerzo, de la necesidad. Su primer encuentro con el teatro no fue un privilegio, sino una suerte de destino que lo llevó a entender que la escena es más que luces y aplausos: es una herramienta de cuestionamiento. Y con esa misma visión, ha hecho del teatro un espacio de servicio y compromiso social.
No cree en el arte ensimismado ni en la cultura de puertas cerradas. Para él, la escena debe abrirse y compartir, no solo con el público, sino con la sociedad en su conjunto. Lo demostró con la iniciativa del corredor iluminado en Camagüey, donde no solo buscó electricidad para su teatro, sino que creó oportunidades para otros. También lo hace cada día, desde pequeños gestos invisibles, como compartir comida con personas sin hogar, hasta debates más amplios sobre lo que significa hacer teatro en un país con tantas carencias.
Hablar con él es entrar en un torbellino de ideas, donde la creación y la denuncia van de la mano. Su obra Destino Cuba, escrita en un aeropuerto en medio de un retraso de 12 horas, es un reflejo de su capacidad para convertir lo cotidiano en arte. La pieza no solo explora la imagen que los extranjeros tienen de Cuba, sino la desconexión entre esa visión idílica y la realidad. Es una radiografía de expectativas y desencuentros, de ilusiones que chocan con el concreto de un país en constante transformación.
SU VIAJE EN EL TEATRO
El 22 de enero nos encontramos en el café literario La Comarca, convocados por el Día del Teatro Cubano, como parte de la jornada Letras y Escenas, que organiza el Centro Provincial del Libro y la Literatura de Camagüey. Entre reflexiones y recuerdos, compartió su visión sobre el arte escénico, su proceso creativo y las contradicciones de ser, a la vez, dramaturgo y director.
“Preferiría estar haciendo teatro con mi grupo”, confesó, “pero hablar de teatro también es imprescindible para mí”. Y ahí estaba, con su verbo apasionado, reivindicando la conversación como otra forma de habitar la escena. Agradeció el encuentro con Gaspar Sánchez King, Reyna Ayala y Javier del Toro, pues aquella tarde, al escuchar un fragmento de La Casa de Bernarda Alba, su memoria lo transportó treinta años atrás, cuando descubrió esas palabras en Jimaguayú, en una casa de cultura. “Me conmovió”, admitió, con esa franqueza que lo caracteriza.
La conversación giró hacia la reapertura de su teatro esa misma noche, con el montaje Insomnio en las profundidades del estanque, un ejercicio escénico de los alumnos de tercer año de la Academia de las Artes Vicentina de la Torre. “Es un desafío”, dijo. “No es solo un ejercicio académico, sino una propuesta para un público habituado a otro tipo de espectáculos”. Habló de la necesidad de recibir el teatro en todas sus formas, de no subestimar ninguna propuesta escénica. “El teatro merece ser visto”, sentenció.
Freddys es un director integral. “He tenido que aprenderlo todo”, confesó. En 1999, cuando fundó Teatro del Viento, el panorama teatral camagüeyano estaba dominado por agrupaciones con estéticas consolidadas. Su visión era distinta y, al no encontrar colaboradores dispuestos a seguir su propuesta, se adentró en los oficios del teatro: diseño de luces, escenografía, vestuario. Más tarde, sus estudios en Teatrología ampliaron su mirada. “Ahora puedo escribir mis textos, diseñar la escenografía, las luces, hacer la coreografía… He dirigido espectáculos de danza, shows de cabaré, comparsas, carrozas. Todo lo aprendido lo he llevado a escena”.
El rigor lo acompaña desde su juventud como jugador de voleibol en la selección nacional. Estudió deporte desde los nueve hasta los diecinueve años. “De esa etapa traje la disciplina”, explicó. “Esa rutina de levantarme y trabajar, aunque no tenga ganas. Con el tiempo, me di cuenta de que necesitaba menos elementos en escena. Ahora mis obras son predecibles: una pantalla, unas banquetas. Pero no encuentro qué más poner que me haga feliz”.
La dualidad entre dramaturgo y director es para él una lucha constante. “A veces el dramaturgo no quiere que el texto llegue a escena porque es demasiado personal. O el director decide que no es representable. Y cuando lo monto, termino cortando partes que el dramaturgo ama. Es frustrante”, reconoció. En esos momentos de indecisión, busca la mirada externa de Leonardo Leyva, su asesor teatral. “Aunque después haga lo que me da la gana”, bromeó, con una sonrisa cómplice.
Hablamos también de la jornada Letras y Escenas, un evento que conecta la literatura y el teatro, un puente entre dos mundos que a veces parecen distantes. Para Freddys, la cultura es un todo. “El arte es seducción”, afirmó. Y esa seducción también se da en la publicación de textos teatrales. Su obra ha sido editada por Letras Cubanas, Tablas-Alarcos y Ediciones La Luz. Destino Cuba, su libro más querido, ha sido traducido al alemán, inglés y francés, y montado en Alemania por varios grupos teatrales. Además, su pieza Cigüeñas en el trópico fue incluida en una antología del teatro de la diáspora publicada en Miami, junto a figuras como Norge Espinoza, Abelardo Estorino y Eugenio Hernández Espinoza. “No me he ido de Cuba, pero mi teatro ha viajado”, concluyó.
DESTINO CUBA Y LA MIRADA DEL OTRO
Freddys es un creador que habita la contradicción, que se mueve entre la palabra y la escena, entre la disciplina y la incertidumbre. Su teatro, como su discurso, es un acto de valentía, un juego de tensiones donde la pasión y la reflexión conviven en un mismo espacio. Y ahí, en esa encrucijada, sigue construyendo su camino.
Su teatro es una exploración de lo que somos, pero también de cómo nos ven. Destino Cuba nació en un aeropuerto, cuando una nevada dejó varados a cientos de pasajeros en Frankfurt y él, con 12 euros en el bolsillo y un hambre feroz, se puso a observar. En ese microcosmos de impaciencia y frialdad, imaginó.
El autor cuenta que la obra nació por encargo mientras estaba en un taller de escritura en Dresde, Alemania. Le pidieron escribir una obra sobre Cuba para un público alemán, pero le preocupaba que no entenderían el contexto cubano. Decidió, entonces, contar la historia desde la perspectiva de un grupo de alemanes atrapados en el aeropuerto de Frankfurt debido a una gran nevada.
Así nacieron los personajes: un matrimonio mayor que viaja a Cuba para ver “el socialismo en su etapa final”; una fotorreportera que busca retratar la vida cubana más allá de los estereotipos; una mujer excéntrica que viaja con fines de turismo sexual; un arquitecto interesado en la arquitectura colonial; y una filóloga cubana que regresa después de muchos años en Alemania.
“Si nosotros que estamos aquí no entendemos nada, imagínate los alemanes”, dice, consciente de los mitos que rodean a su país. Ahora trabaja en una segunda parte, donde esos mismos personajes se reúnen en Alemania para contar lo que encontraron. Porque una cosa es la imagen de Cuba, y otra, vivirla.
EL TEATRO COMO SERVICIO PÚBLICO
Pero Freddys no solo hace teatro. Lo vive como una responsabilidad. Cuando pudo electrificar su teatro, pensó en iluminar todo el pasillo que lo rodea, porque la cultura no puede ser un islote de privilegio. Cuando viaja con su grupo en una guagua alquilada y ve gente pidiendo aventón, ordena parar. “Porque sí, porque el transporte no es mío y porque esas personas tienen derecho a llegar a su destino”. Los fines de semana, cocina una gran caldosa y la reparte en bicicleta entre quienes viven en las calles. No hace fotos, no lo publica en redes. Lo hace porque cree en ello. “No puedo ser el hombre que cuestiona la realidad en escena y vivir de espaldas a ella”, enfatiza. Su teatro es crítico, su vida también.
Al reflexionar sobre su vocación de servicio y su compromiso con la comunidad más allá del teatro, señala el peligro de creerse el centro del mundo al ganar reconocimiento y lucha constantemente contra esa actitud, recordando sus orígenes humildes. Su enfoque es coherente: no puede denunciar injusticias en redes o en el teatro sin actuar en consecuencia en su vida cotidiana.
Critica el discurso sobre la “colonización cultural”, argumentando que la verdadera resistencia es hacer cultura, no solo debatir sobre ella. Considera que Camagüey necesita más espacios culturales abiertos, y usa su influencia para crearlos, sin creerse dueño de la verdad. Teatro del Viento, su proyecto de 25 años, es para él un espacio de libertad y colaboración, una forma de estar presente en la comunidad más allá de las obras que monta.
EL ARTE DE CONTAR LO QUE DUELE
Desde sus inicios, el teatro de Freddys Nuñez no ha sido un refugio ni una evasiva. Es un golpe directo. Es el eco de una sociedad que se debate entre la esperanza y el desencanto. “El teatro que hago no es para noruegos, es para cubanos”, afirma con la claridad de quien sabe a quién se debe. En estos años, ha pasado de ser un director dictatorial a un facilitador de experiencias. Ya no impone, sino que abre caminos para que sus actores encuentren su verdad dentro de la escena. Su proceso es un constante ir y venir entre lo que escribe y lo que los actores pueden aportar desde sus propias vivencias. “Dónde se une lo que yo escribo con tu vida”, les pregunta. Y allí, en esa intersección entre la ficción y la realidad, nace su teatro.
Pero el teatro de Freddys no es solo una mirada crítica hacia afuera; es, sobre todo, un espejo hacia adentro. Su trabajo con Teatro del Viento ha mutado con el tiempo. De un director férreo que controlaba cada detalle, ha evolucionado hacia un facilitador, alguien que confía en sus actores para que encuentren su propia verdad en la escena. “No necesito ni escenografía ni mucha iluminación”. Su prioridad es la vida, la honestidad, la conexión con un público que sufre los mismos dolores que él pone sobre las tablas.
EL VIENTO EN TODAS PARTES
Más allá del teatro, ha entendido que su misión es la de un servidor. No en el sentido institucional, sino en el de aquel que se niega a mirar hacia otro lado. Cuando aboga por soluciones concretas —como la electrificación de un corredor cultural— no lo hace por su propio beneficio, sino porque entiende que, sin espacios para la cultura, no hay resistencia posible. Su compromiso no es solo artístico, es humano.
En un país donde la cultura lucha por respirar, Freddys Núñez Estenoz es un vendaval necesario. Su teatro, su voz y su lucha son prueba de que el arte no es un refugio, sino un campo de batalla. Y en esa batalla, Freddys sigue en pie, con la certeza de que el Viento está en todas partes.
Hace 25 años que fundó el Teatro del Viento. Y aunque los actores han cambiado, aunque muchos han emigrado, el público sigue regresando. Porque lo que allí se construyó no es solo un espacio físico, sino un pacto. Este Día Mundial del Teatro, las palabras de Freddys resuenan más que nunca. La escena en Camagüey sigue viva porque hay quienes, como él, entienden que el teatro es un acto de fe. Es un compromiso con la gente y con la verdad. Y es, como el viento, imposible de contener.
Por Yanetsy León González/Adelante
Foto: Víctor Pando