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jueves, noviembre 21, 2024

Festival Olorum de Camagüey se despide hasta el 2023

Camagüey- Arrollando del escenario al parque frente al Teatro Principal terminó el décimo Festival Olorum, un cierre que es principio del camino de dos años para celebrar en esta ciudad tradiciones musicales y danzarias de Cuba.

El Ballet Folklórico de Camagüey (BFC), anfitrión del evento que festejaba su aniversario 30, se mezcló en el público porque representa el arte del pueblo, la identidad de los marginados que la justicia social puso en la gran escena.

Afuera aguardaba un hijo aclamado, el grupo Rumbatá de Wilmer Ferrán, bailarín fundador de la compañía que a partir de la base de Reinaldo Echemendía y de su propio sedimento cultural formó un proyecto de rumba.

Minutos antes, en la gala de clausura, habían alternado sobre el tabloncillo del coliseo, el BFC, el Ballet Contemporáneo de Camagüey, la Agrupación Flamenca Andarte y Danza del Alma, compañía invitada de Villa Clara.

En diferentes momentos se abrió paso al elogio de instituciones y organismos. Echemendía recibió el Escudo de la Ciudad de Camagüey, y entregó la Distinción Aché a la danzóloga Bárbara Balbuena y a otros privilegiados. Sus primeras bailarinas Elsa Avilés y Janixe Jiménez merecieron el Premio Olorum.

Pero quien provocó la más profunda ovación fue la siempre sorprendente Silvina Fabars, Premio Nacional de Danza, bailarina del Conjunto Folklórico Nacional, coreógrafa, maestra, amor de persona.

Casi octogenaria, Silvina llegó del brazo de su hijo para recibir un reconocimiento del Consejo Provincial de las Artes Escénicas, y todo el teatro cedió a sus pies, a su gestualidad, a la humildad de su grandeza. ¡Qué lección!

El Festival Olorum permite la espontaneidad, el desinhibirse incluso en su segmento académico, porque todo lo que motiva es fuente de aprendizaje, si no, cómo entender que el doctor Luis Álvarez bailara tango con Elsa Avilés, como prólogo a una conferencia sobre el enfoque lingüístico a los asuntos dancísticos.

No se defiende lo que no se conoce, no se preserva lo que no inspira. Desde el arraigo se fragua este espacio de pensamiento, contemplación y disfrute que promueve el BFC.

En tres días, casi sin tiempo para el descanso entre una presentación y otra, desde plazas, parques y teatros, se ofreció una actualización de ritmos y estilos desde la perspectiva de profesionales y aficionados.

Babul trajo de Guantánamo su folclor de caribe tan diferente al de la compañía habanera JJ, casi al otro extremo de Cuba; y también distinto al del BFC; pero las tres tienen en común el sentido de la multiculturalidad de la cubanía y respetan su expresión.

Una mañana, en el Centro de Convenciones Santa Cecilia, Wilmer Ferrán insistía en un panel en que no se hace nada que no tenga historia: “Hay que agradecer a la gente que ha sido espejo donde mirarte”.

Sus palabras retratan el sentimiento movilizador del Festival Olorum, que no solo atrae a bailadores, músicos y entusiastas de la cultura folclórica, sino que compromete a los expertos en sus derroteros.

El danzólogo Noel Bonilla reflexionaba acerca de las dos tensiones en la investigación comprometida con la danza, una es la bifurcación entre prácticas y teorías; y la otra, la divergencia entre ciencia y arte.

“No podemos seguir como el Fauno hipnotizado, conformes con la ya conquistado”, señalaba Bonilla; mientras que su colega Ismael Albelo cuestionaba el mambo como baile popular en la búsqueda de una respuesta que no ha encontrado porque “una investigación nunca termina”.

Ese proceso constante, que es la cultura, implica estar atentos, sensibles y dispuestos, como anoche, cuando se calentaron los tambores y el parque frente al teatro Principal, se soltó el cuerpo en una noche de bajas temperaturas y altas pasiones, una manera simbólica y práctica de perpetuar ese estado de gozo, esa motivación a ser felices a pesar de los golpes de la vida.

Por Yanetsy León González/ Adelante

Foto: Adelante