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jueves, noviembre 21, 2024

El Santo Sepulcro

Mucho se ha escrito acerca de los motivos que tuvo fray Manuel de la Virgen y Agüero para ordenar, a su costa, la construcción de esta joya de plata pura que guarda el templo camagüeyano de Nuestra Señora de la Merced.

He aquí lo que la leyenda cuenta que ocurrió en los años 1700. Manuel Agüero, rico hacendado, crio en su casa como a hijo propio al de una viuda que les servía. El mayor de los hijos de Agüero acogió fraternalmente al huérfano Moya, que así era su apellido. Y juntos fueron enviados a La Habana a estudiar leyes.

Allá, en la capital de la colonia, ambos amaron a la misma mujer. Un día el joven Agüero fue muerto en un duelo por su propio hermano de crianza, quien había enloquecido de celos. El fratricida, lleno de remordimientos, regresó al Príncipe de incógnito.

Una noche, Moya y su madre fueron a ver a don Manuel. Fue hecha la revelación del crimen. Cuentan que el sufrido padre dio dinero y corcel a Moya para que se fuera lejos y nunca más lo encontraran.

Don Manuel decidió ingresar en la Orden Mercedaria. Más tarde dotó al templo de una joya única en Cuba, y de las más valiosas de la América colonial hispana: el Santo Sepulcro. Se hizo venir de México al artífice Juan Benítez Alfonso. Se utilizó para la obra la plata obtenida al fundir más de 25 mil pesos en monedas de ese metal.

Desde 1762 -y por casi dos siglos- cada Viernes Santo, en la procesión del Santo Entierro, la impresionante belleza del Sepulcro llenó de recogimiento los corazones. Su majestuosidad, acentuada por el tintineo de sus innumerables campanillas, avivaba el siniestro recuerdo de un legendario crimen, al que se le confirió la virtud de llevar a un padre desgraciado a un grado extraordinario de santidad.

Tomado de Internet.