Con Pinocho como maestro silencioso
La primera semana de quinto grado de mi hija ha sido todo un comienzo de capítulo. Un cambio de ciclo que trae consigo expectativas y retos. Como si fuera la transición de un pequeño trozo de madera a un ser que se enfrenta a las complejidades del mundo, Alma se adentra en esta nueva etapa de su educación, con curiosidad, nerviosismo y el deseo de aprender.
El primer día me reconfortó saber que los profesores son personas con experiencia. Es como si Geppetto, en su sabiduría, hubiera tallado a Pinocho con la esperanza de que aprendiera de quienes lo rodean. Está ahora en manos de maestros que, como ese artesano, han dedicado años a moldear las mentes jóvenes, y eso me da tranquilidad. No obstante, como Pinocho, ella tendrá que enfrentarse a los desafíos de este camino por sí misma, y ya empieza a hacerlo.
Una de las mayores lecciones de la historia italiana es el poder del esfuerzo propio para superar nuestras debilidades. Alma, aunque tímida al principio, ha comenzado a dar pequeños pasos para vencer esa barrera. Al final de la semana, cuando me contó que había comenzado a participar en clase, no pude evitar sonreír. Un paso hacia adelante, una palabra compartida en voz alta, una tímida participación.
El aula de más de 40 niños refleja también una realidad de dificultades colectivas, que en cierto modo me recuerda a las tentaciones que Pinocho enfrenta en su viaje. En el diagnóstico inicial, los maestros detectaron ciertas carencias, huellas de un abandono pedagógico. Sin embargo, igual que en la historia del muñeco de madera, el pasado no define el futuro. Los padres acordamos enfocarnos en el presente, en apoyar a nuestros hijos, y la promesa de colaboración entre familia y escuela es ahora una brújula hacia un mejor destino.
Me emocionó especialmente cuando la maestra de humanidades recomendó la lectura como una puerta al conocimiento. Como el Hada Azul que guía a Pinocho hacia la verdad, el acto de leer se vuelve un bálsamo para el crecimiento. Alma, que ya lee bien, ahora no solo disfruta de los libros; lo hace con un entusiasmo renovado. Este mismo viernes, me sorprendió al sumergirse en dos libros. Uno de ellos, regalo de su papá, es una fantasía sobre una niña llamada como ella, que ayuda a un unicornio a recuperar los colores del arcoíris. Fue una elección perfecta para cerrar su primera semana. Pero el otro, un pequeño volumen enviado por su prima Kenia desde Italia, abrió una ventana a una reflexión mayor.
Ese segundo libro es el clásico de Pinocho, la historia que ahora me ayuda a entender los aprendizajes de esta semana. Mientras Alma leía, pensé en cómo este curso será, en muchos sentidos, una metáfora del viaje de Pinocho: lleno de decisiones, errores, pequeñas mentiras quizás, pero también de victorias y crecimiento. El ejemplar, un regalo especial con ilustraciones de Daria Palotti, nos recuerda que lo bello también está en los detalles y en cómo las historias se vuelven parte de quienes somos.
Si algo me ha enseñado la historia de Pinocho, es que lo importante no es la perfección, sino el proceso de convertirse en lo que uno desea ser. Así es como veo este nuevo ciclo para Alma. Será un camino en el que tropezará y aprenderá, pero siempre con la promesa de un mañana más sabio. Como madre, seré testigo de esta travesía, sosteniendo su mano cuando lo necesite, pero dejándola avanzar sola, sabiendo que cada paso la acerca más a su propio destino.
Al igual que Pinocho, mi hija está hecha de sueños, esperanzas y aprendizajes. Y aunque este curso apenas comienza, ya puedo ver cómo, día a día, Alma va dejando atrás la timidez para convertirse en la niña que quiere ser, moldeando su carácter con cada lección, cada libro y cada palabra compartida en clase.
Por Yanetsy León González/Adelante