Camagüebax y la princesa Tínima
Era Camagüebax (o Camagüey) el cacique de su pueblo. Acogió con franca y generosa hospitalidad a los extraños españoles. Él los trató cordialmente, por bondad; aquellos fingieron afabilidad con ambiciosas miras.
Finalmente, los extranjeros se portaron indignamente y le dieron muerte horrible y bárbara. Su cuerpo fue arrojado desde la alta cima del Tuabaquey, en la serranía que se divisa al norte del que fue su cacicazgo.
Despedazado, quedó insepulto sobre la comarca que regó con su sangre. Desde entonces, esa tierra tornose roja en muchas leguas a la redonda. Y el alma del desventurado cacique venía todas las noches a la loma fatal, en forma de luz. Anunciaba a los descendientes de sus bárbaros asesinos la venganza del cielo, que tarde o temprano caería sobre ellos…
Pasó el tiempo y el lomerío comenzó a denominarse Sierra de Cubitas. Para algunos, Cubitas era nombre indígena. Para otros, había surgido de la comparación que los primeros colonos hicieron del paisaje de la cordillera con el panorama circundante de la ciudad de Cuba (como se conocía a Santiago de Cuba en el pasado), llevado al diminutivo.
Por ello muchos se referían a la zona como Cubita en singular. Por allí cruzaba, desde el propio siglo XVI, el camino que desde Puerto Príncipe se dirigía a la costa. Tomaba por la Matanza, cruzaba Los Paredones y se dirigía a los embarcaderos del Jigüey y La Guanaja. Antes pasaba por el caserío de Cubitas, que después se llamó Cubitas Abajo, y otros nombraban como Concepción de la Ermita Vieja.
Los cubiteros veían aparecer la luz en aquel paraje. Y también, todos los viajeros que no evitaban la noche en el tránsito entre la villa y el caserío. Desde que la aldea fue más visitada y adquirió importancia dejó de hablarse del fenómeno. Hubo un erudito local del siglo XIX que atribuyó la aparición sobrenatural a un fruto de la ignorancia.
Y su desaparición, a que las quemazones anuales de los campos habían consumido las materias que producían el fuego fatuo…
Tínima, la joven hija del cacique, fue obligada a desposarse con un conquistador brutal.
Tanto sufrió que un día decidió, como los de su pueblo, morir. Y para ello caminó por el río que también se llamaba como ella, cuyas aguas se abrieron para acogerla. Y varios siglos después se decía que cada tarde emergían de la corriente el llanto y la cabellera de la princesa.
Por: Hector Juárez Figueredo / Tomado de www.ohcamaguey.co.cu