
Las tradiciones nacionales resultan ser un complejo de tradiciones que, en un medio étnico geográfico, se tornan duraderas. Por ese camino, se sabe que las tradiciones no se pueden pronosticar por ser, en su esencia, conservadoras y rechazar cualquier cambio que se pretenda realizar con respecto a ellas. Por otro lado, la memoria cultural pervive en la mente de las personas, y es una cultura dormida digamos, por mucho que algunos la quieran borrar o prohibir.
Ahora bien, la experiencia de los grupos humanos se trasmite de generación en generación, y no solo abarca los ritos, las costumbres, y los valores establecidos, sino que presentan un grado de reserva que la convierte en una tradición. Por ello, las tradiciones culturales se manifiestan como un dispositivo de provisión y comunicación de experiencias en una sociedad dada, aspecto que no imposible de soslayar.
De hace unos años, en centros de educación superior, se celebra una fiesta en ocasión del denominado Halloween (víspera de todos los santos, el 31 de octubre), que no tiene asentamiento cultural en nuestro país propiamente dicho, y en muy pocos de Latinoamérica, el cual pretende en nuestro medio establecer un aire renovador en relación con las tradiciones existentes. De ahí que como hecho vinculante está los disfraces utilizados por los niños y jóvenes, sin otro objetivo de causar sorpresas, risas y jaranas.
Visto así, la supuesta “nueva tradición” que se desea imponer a contrapelo de no haber antecedente real de ella en Cuba, salvo cuando en los carnavales –no importa cómo se llamasen de acuerdo con la región en que se realicen- algunas personas se disfrazaban, y se pudiera ver como algo ocurrente y digno de saludarse. O dicho de otro modo, en cualquier circunstancia, esa “tradición ajena” parece simplista y carente de otro alcance que no sea divertir a muchos.
Inclusive, muchas personas comentan que tal acentuación en la festividad no tiene otro propósito, y quizás no les falte razón en sus puntos de vista, pero cuando el suceso se pasa de la raya entonces necesita de un freno a tiempo, de una meditación de su desempeño y organización, de una autenticación para que tenga validez cultural y recreativa.
De ahí que los disfraces a exhibir no pueden implicar la reverencia jocosa hacia personalidades denigrantes de la historia y, mucho menos, otorgarle el premio por la versión, porque eso trasciende el marco de la festividad y del concurso, y propicia una conducta tolerante contra algo nefasto. Si se permite tal dislate caeríamos en un olvido de la historia y con eso no se juega.
No es posible, por tanto, que una fiestecita sin mayor trascendencia eche tierra y pisón a un recuerdo triste y vergonzoso de la humanidad. Vale la pena que reflexionemos en torno a esta última edición llevada a cabo en centro cultural de nuestra ciudad, porque para salvar la patria, lo primero que debe hacerse es salvar la cultura y todo lo que se relacione con ella. En eso nos va la vida, y no es cosa de juego.
*El autor es un ensayista cubano. Tiene varios libros publicados y el miembro de la UNEAC.
Autor: Jorge Santos Caballero
Fuente: UNEAC Camagüey
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