El Mayor, una película de ayer, hoy y siempre
Durante mucho tiempo la dirección de la Revolución, el cine cubano y muchos cineastas acariciaron la idea de realizar una película sobre la vida y obra de Ignacio Agramonte Loynaz, figura que desde los inicios del cine nacional fijó la atención de los creadores cinematográficos.
Por fin, en el año 2018 cristalizó la idea y una tropa comandada por Rigoberto López Pego volvió a la carga de la caballería agramontina, en una proeza que, tal como la propia guerra de independencia, estuvo signada por el amor y el dolor.
En la contienda enfermó Rigoberto, se enfrentó al dolor y desafió la muerte por tal de consumar su obra cumbre, y aunque no pudo concluir la posproducción y ver el final de su película, sí culminó el rodaje en estas tierras abonada con tanta sangre generosa; por ello deseo ante todo, rendirle homenaje a Rigoberto López y a Elda Cento, quien fue la principal asesora histórica y lamentablemente también falleció antes de ver el filme. Agradecerles en nombre de este Camagüey legendario la gesta y creación definitiva de este audiovisual que perpetúa para presentes y futuras generaciones una parte importante de la vida y obra del Mayor General Ignacio Agramonte Loynaz.
El rodaje de esta película ha tenido otra peculiaridad añadida a las expectativas de los camagüeyanos por ver cómo el cine va a presentarnos la personalidad de El Mayor, y es que por primera vez hay miles de lugareños de buena parte de la provincia involucrados en la filmación, ya sean artistas desempeñando roles actorales, figurantes, jinetes con sus caballos, artesanos, campesinos, coreógrafos, músicos, historiadores, choferes, soldados, oficiales, cuadros políticos y administrativos, costureras y sastres, talabarteros, obreros de disímiles profesiones, servicios médicos; en fin, como diríamos popularmente, medio Camagüey trabajó en la producción de El Mayor.
La primera virtud que veo en el filme desde el punto de vista estético es la creación del guion por Rigoberto López y Eugenio Hernández Espinosa, con la asesoría histórica de Elda Centro Gómez (Premio Nacional de Historia). Plasmar en imágenes y sonidos parte de los momentos más trascendentales del quehacer patriótico y personal de los últimos diez años de vida del Mayor General, en apenas dos horas, sin que decaiga el interés del espectador, es una muestra evidente de la buena factura de la estructura dramática de la propuesta; no soy historiador, pero desde niño he leído todo lo que sobre Agramonte ha estado a mi alcance y en tal sentido considero respetuoso el tratamiento dado en el plano histórico.
Co obstante, no se puede olvidar que se trata de un filme de ficción, inspirado en hechos reales y no un documental que trata de reflejar los sucesos históricos tal como debieron suceder más allá de las circunstancias contextuales, que pocas veces se tienen en cuenta a la hora de juzgar fríamente acontecimientos ocurridos a siglo y medio de distancia.
Ángel Alderete y su equipo de fotografía volvieron a demostrar que manejan con mucha efectividad su oficio, la utilización adecuada de las luces, tanto la natural en las múltiples escenas rodadas al aire libre, como las artificiales que llevaran a la tonalidad de la iluminación de aquella época, como los movimientos de cámara, angulaciones pertinentes y combinación de diferentes tipos de planos consiguen en buena parte de las escenas atmósferas que denotan ternura, apasionamientos, dolor e hidalguía.
La dirección de actores de Rigoberto y sus asistentes logran un nivel de actuación decorosa en la mayoría de los momentos cruciales de los personajes protagónicos. Daniel Romero volvió a demostrar que es un joven actor a tener en cuenta para proyectos de esta magnitud, acompañado por la joven Claudia Tomás, que desbordó entrega encarnando la idolatrada Amalia de Ignacio, al punto que expresa con extrema elocuencia: “Ese personaje cambió mi vida. Al sumergirme en su esencia descubrí que la movía el amor, un amor sin límites, un amor que la engrandecía y la definía. Descubrí que se trataba de una persona muy sensible, un alma grande llena de entrega y ensanchamiento. En el verdadero amor se diluye el ego, por lo que me fue imposible encarnarla sin crecer. Me hizo superar mis límites y aprender a amar. Me hizo comprender que amar es dar más que recibir, que amar es la capacidad que crece dentro de los seres humanos y no depende de lo externo. Amalia es un ser de luz”. (Entrevista concedida a Dayron Rodríguez Rosales).
La dedicación de ambos actores intentando acercarse a los misterios insondables de esa pasión ilimitada de Amalia Simoni e Ignacio Agramonte fue tal que fueron bendecidos por los enigmas del arte y el amor, se enamoraron y contrajeron matrimonio justo el 1ro. de agosto de 2019, aniversario 151 de la boda de aquellos dos seres paradigmáticos que encarnaron en el filme. Por su parte, Rafael Lahera encarna con extrema sobriedad al Padre de la Patria, Carlos Manuel de Céspedes.
Otro gran reto salvado con mucha dignidad por el director y su equipo fue el de realizar una superproducción con un movimiento constante de grandes masas de seres humanos, caballos, armas y otros recursos; decenas de personas que nunca habían realizado papel alguno en el cine y enfrentaron roles secundarios con decoro, gracias a la mano maestra de Rigoberto, amén de los cientos que trabajaron como figurantes, sin que tampoco se puedan dejar a su libre representación.
Como sabemos la mayor parte de las contradicciones entre Céspedes y Agramonte, se conocen por las cartas y otros documentos intercambiados entre ambos próceres y algunas otras figuras de la jefatura mambisa; la solución dada dramatúrgicamente a la reconciliación entre estos dos paladines de la historia patria es genial cinematográficamente hablando. Los dos patriotas montados en sus briosos corceles de guerra dialogan bajo la lluvia fuerte, que limpia todo aquello que no sea el interés común por salvar la Revolución y fortalecer la lucha contra el yugo colonial, la lluvia que nutre la tierra amada para que brote el producto nuevo salvador.
Es plausible mencionar el trabajo de montaje de Beatriz Candelaria y la posproducción final del filme, donde alcanzan conjugar la época de la historia con un manejo inteligente del espacio y el tiempo, que permite un ritmo atractivo y emocionante, lo que libera un tanto el posible tono didáctico de lo histórico, por encima de la propuesta artística, todo sazonado convenientemente con la música de José María Vitier García-Marruz, que acentúa con eficacia la fuerza expresiva de las escenas más impactantes del relato.
Coincido plenamente con los que opinan que desde ya cuando se hable de cine histórico en Cuba y Latinoamérica hay que tener en cuenta El Mayor, al equipo de realización y en especial a su director Rigoberto López, quien no pudo ver su película en las salas de cine para vibrar de emoción junto a un pueblo que le agradecerá por siempre haber dejado para presentes y futuras generaciones este audiovisual que inmortaliza una parte importante de la vida y obra del Mayor General Ignacio Agramonte Loynaz, factor que engrandece la entrega de este gran cineasta al enfrentar el más grandioso proyecto cinematográfico de su existencia, aun sabiendo las limitaciones de carácter físico que le acarreaba su estado de salud.
Por Armando Pérez Padrón/ Vicepresidente de la Unión de Escritores y Artistas de Cuba en Camagüey.
Foto: Cortesía de Marilyn Sampedro