Leonardo Leyva regresa al teatro en Camagüey
Era teletipista en una estación de correo del pueblo de Camalote. Luego se hizo teatrista, llegó a ser el más destacado del año en Camagüey; ganó premios de dramaturgia, dirigió, pero un día se fue a vivir a Colombia. Una década después, Leonardo Leyva Fernández regresa a esta ciudad para seguir con su arte dramático.
Adelante Digital encontró los datos de ese pasado en su muro de Facebook, donde Ángel Padrón dejó imágenes del boletín del Festival Nacional de Teatro de Camagüey de 1998, como recuerdo mutuo de entrevistador y entrevistado.
El pretexto de aquel “Retrato hablado” fue la puesta en escena de Boleto a Moscú, un versión libre que hizo a las Tres hermanas, de Antón Chéjov (1860-1904), a casi un siglo del estreno.
Entonces respondió que la humanidad no acaba de resolver lo que el admirable narrador y dramaturgo ruso planteaba en sus obras: “Hay mucha tristeza e inconformidad rondando la vida de cada ser humano”.
Ahora, Leyva Fernández es el nuevo director artístico de Teatro D’ Luz ─compañía que este 31 de octubre celebra su noveno aniversario─, y con ese colectivo monta El cuarto jinete del Apocalipsis.
“Es un espectáculo reflexivo acerca del caos en el que está viviendo el mundo. Demanda un training actoral distinto, de recursos expresivos desde otra perspectiva, de mayor intelecto y oficio del actor”, contó.
Está seguro que su obra marcará un antes y un después para la compañía, con un punto de giro que favorezca el diálogo con el espectador desde otra perspectiva.
“Coincide un poco el noveno aniversario del grupo con una reapertura hacia otros caminos de la investigación escénica. El colectivo comienza a hacerse preguntas que ameritan grandes reflexiones filosóficas, como si realmente es el fin de los tiempos, y no hablamos solamente por la pandemia, sino por la globalización”, acota.
Además suprime la palabra hablada: “No hay texto como palabra, sino desde la energía, desde la sensorialidad. Y eso realmente es una estética que nos complace muchísimo porque es sentir que encontramos un cambio importante para que Teatro D’ Luz se revisite desde su propia sede cultural”.
─El teatro callejero estaba predominando en la ejecutoria de esta compañía, ¿qué enfoca del perfil técnico expresivo del intérprete?
─Cada poética tiene sus propias exigencias y metodologías. Tenían un amplio espectro en teatro de calle, contacto con el público, su mundo de estatuas ha sido muy valioso para la cultura camagüeyana y donde se ha presentado. Sí necesitan indagar en otras técnicas complejas, inspirados en preceptos de grandes maestros como Jerzy Grotowski, Eugenio Barba y Antonin Artaud. Ahora se ven obligados a cuestionar su propia existencia dentro del grupo.
─Ha dicho que los grupos de teatro mueren jóvenes, ¿por qué?
─Hay como una máxima que puede parecer un invento, pero es real. Después de ocho años en la compañía, si no se abren a otras perspectivas tienden a anquilosarse en sus propios caminos. Hoy en día, cuando se vive al límite, cuando hay miedos, cuando la gente se acomoda, que un grupo decida cambiar sus lenguajes estéticos es un acto de valentía. Eso repercute en un nuevo espectador que vamos a la búsqueda, a la caza de esa nueva persona que dialogue con nosotros desde esa mirada.
─Pertenece a una generación intermedia, entre los fundadores de los grupos de teatro en Camagüey y los jóvenes de hoy; sin embargo, su generación es muy recordada por osada, por crítica, por profunda.
─Sí, mi generación fue un poco difícil. Es la generación de Freddys Núñez Estenoz. Comenzamos juntos, estudiamos juntos, empezamos juntos en el teatro. Era difícil en los comienzos, porque existía una institucionalidad histórica que vetaba los nuevos conceptos, las nuevas ideas. Tuvimos algunos apoyos, como siempre, pero como en todo proceso humano hay altisonancias.
En este momento del intercambio, Leyva Fernández recuerda su trabajo arduo como director artístico del Conjunto Dramático de Camagüey, en algunos proyectos, en la Sala Teatro La Edad de Oro donde dirigió un espectáculo; ahora Teatro D’ Luz radica allí.
Aunque no menciona detalles del currículo ─gracias también al programa de mano de Boleto a Moscú facilitado por Ángel Padrón─, sabemos que ganó el Premio de Dramaturgia de los talleres literarios de 1995, 1996 y 1997.
También escribió y dirigió Cenizas de un cometa y El país de los mil paraguas. En 1997 recibió el Premio Nacional Milanés, de la Asociación Hermanos Saíz; el Premio de Dramaturgia de la Unión de Escritores y Artistas de Cuba en Camagüey al mejor texto dramático; y el Premio Príncipe de Televisión Camagüey al teatrista más destacado del año.
“Luego estuve diez años fuera del país. Viví en Colombia. Allí me dediqué a la práctica teatral, a la pedagogía, redimensiono conceptos, ideas, otras miradas y me reincorporo otra vez a mi país, con estas nuevas influencias positivas”, prosigue.
─Al regresar pudiera sentirse fuera de contexto, ¿qué lo motivó a asumir la dirección artística?
─Encuentro el terreno fértil que es Teatro D’ Luz con el maestro Jesús Vidal Rueda Infante. Me da cabida de forma inteligente, sensible y espiritual a este proceso. Me siento como hace veinticinco años atrás, porque Rueda y yo hemos trabajado juntos, lo dirigí, también a otros actores de la compañía como Odeylis Galindo, Marlene Aguilar. Freddys me está apoyando muchísimo, el Consejo de las Artes Escénicas, su presidente Kenny Ortigas fue actor mío.
“Entonces, es como que lo que uno sembró de pronto empiezas a recogerlo. Uno llega con madurez, más humilde porque a veces uno piensa que está acabando con el mundo y que la gente tiene que lanzarte la alfombra roja y no, realmente el trabajo, la persistencia en seguir, y el respeto a ti, a los creadores y al espectador es lo que hace realmente los espacios”, destaca.
─Aún se dice que Camagüey es la mejor obra para la mejor plaza. ¿Qué ha encontrado dentro del panorama de las artes escénicas para cambiar?
─En estos momentos hay dos compañías que se han solidificado mucho: Teatro del Viento con una estética muy social, de discurso inmediato con la realidad; y Teatro del Espacio Interior, de Mario Junquera, con una línea más cerrada, performática con sus propios hallazgos. Hablamos de dos colectivos en una plaza tan grande como Camagüey. El anhelo de muchos teatristas de Cuba es venir. La respuesta del público siempre ha sido contundente.
“Es una responsabilidad también artística que Teatro D’ Luz se coloque dentro de ese panorama cultural, no sólo teatral, como opción importante, como una necesidad de entender que el teatro tiene distintas aristas, lenguajes desde un concepto transgresor. Estoy muy a la expectativa, porque es un fenómeno por corroborar. El reto es movilizar un nuevo discurso. Como dice Eugenio Barba: el teatro, ante todo, debe seducir y entretener; y como Berthold Brecht, máximo pensador del teatro político como transformador de ideas y doctrinas sociales: el teatro es arte primero, y luego todo lo demás”.
En noviembre se prevé el estreno de El cuarto jinete del Apocalipsis. Por sus adelantos, y por los tips de la obra anterior, no es difícil imaginar a los protagonistas en pugna con las circunstancias, con la vida, con ellos mismos, pero con el afán de purificación de los sentimientos humanos, y por vivificar la memoria teatral, como le elogiara las escritora Gertrudis Ortiz cuando Boleto a Moscú.
“El cuarto jinete se inspira en la dramaturgia de la imagen como recurso visual, se integran los recursos expresivos del teatro desde la belleza, las imágenes, la plasticidad, los recursos armónicos de las luces, o sea, un hecho vivo, un hecho sensorial. Si eso se consigue, el espectador se dispone a entender los cambios; pero si no ocurre, nos quedamos en pretensiones; y el teatro debe llegar a las personas”, concluye.
Por Yanetsy León González/Adelante
Foto: Yoel Benítez Fonseca/ Adelante