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jueves, noviembre 21, 2024

Camagüey: ciudad de las Iglesias

Considerar que una ciudad pueda estar integrada por un conjunto de ciudades pudiera parecer absurdo o simple parodia de una realidad urbana, mas lo cierto es que dentro de toda ciudad conviven áreas y espacios cuya expresión revelan con nitidez momentos o etapas del crecimiento o expansión del área urbanizada.

Para quienes se han aproximado a la historia de Camagüey con el ansia de aprehenderla en su totalidad, de reconocer cuanto de extraña y de auténtica tiene en relación con otros centros urbanos, resulta transparente que esta es una urbe en la que coexisten muchas ciudades; cada una de las cuales está claramente definida por bordes o límites físicos y es que, aunque de mayor sutileza y sustancia cultural, se trata de espacios que han devenido fruto de un modo de pensar y entender la vida en correspondencia a los diferentes tiempos históricos que, desde 1514 pesan entre los ríos Tínima y Hatibonico.

Existe así, la ciudad total, el Centro Histórico —declarado patrimonio nacional en 1978— y el núcleo primigenio. La distancia entre lo urbano y lo rural varía en relación con los principios que se tomen como referencia.

¿Qué área y qué razones han hecho que la Organización de las Naciones Unidas para la Educación, la Ciencia y la Cultura (UNESCO), en la trigésima segunda reunión de su Comité del Patrimonio Mundial, celebrada en Canadá recientemente, declare a La ciudad de las iglesias de Camagüey como Patrimonio de la Humanidad?

Basta andar por su laberíntica traza urbana, de eje en eje, de espacio en espacio o, si elevamos el rostro, de torre en torre; para admitir que esta es una encantadora urbe. Enigmática, en tanto no se olvidará fácilmente o tal vez nunca, y no precisamente porque se muestre monumentalmente bella al estilo de la Habana Vieja o la dormida Trinidad de Cuba; y mucho menos porque pretenda aproximarse a la neoclásica Cienfuegos, por citar los tres núcleos urbanos de Cuba declarados anteriormente Patrimonio de la Humanidad.

Esta es sin dudas una ciudad diferente, pero solo porque exclusivas fueron las coordenadas que acompañaron a sus hijos a lo largo del tiempo, hombres y mujeres que heredaron una hidalguía tan indiscutible que apenas requirió de blasones y escudos nobiliarios que le legitimaran; un cristianismo de tan elevada fe que, sin proponérselo, terminaron, generación tras generación, por legar al mundo, no un universo arquitectónico homogéneo en lo doméstico, lo civil, lo administrativo y lo religioso, sino una configuración de un sistema de templos capaces para no perder un ápice del mundo cosmogónico que rigió sus vidas hasta bien entrado el siglo XIX.

La ciudad del XVIII con extensión a zonas del XIX, es la evidencia de una vida que no tiene sentido sin ser bautizado, confirmado, matrimoniado y sepultado en el templo parroquial; cuando no se consideraron calles reales sino las que servían de comunicación entre sus iglesias, generalmente por las puertas secundarias.

La ciudad de la que se habla es la almendra inicial, la delimitada por los templos católicos de La Soledad, La Merced, La Catedral, San Juan de Dios y Sagrado Corazón de Jesús, área que no ha podido dejar fuera a la resonancia de esa experiencia cultural única de nacer o vivir en Santa María del Puerto del Príncipe y, por ello ha terminado por abrazar a Nuestra Señora del Carmen con el aledaño Convento de las Ursulinas.

Esta es una zona que no ha dejado de latir durante casi cinco siglos y por ello sobre su sólida base, se ha enriquecido desde la modernidad, mas sin perder la patina del tiempo. Pobladores y espacios urbanos arquitectónicos siguen subrayando la camagüeyanidad atesorada en plazas, plazuelas y parques; en cada esquina, en cada palabra, y hasta en el modo de asumir lo foráneo.

Esta es la filosofía que pese a la «modernidad» se respira en el área del centro histórico declarada Patrimonio de la Humanidad. Una zona de incalculable valor acaba de ser inscrita dentro del testimonio de la cultura universal, un área que desborda el siglo XVIII para ratificar una condición de alcance mayor como La ciudad de las iglesias, corroborarlo puede ser posible en cualquier instante del año, pero preferiblemente en Semana Santa, festividad durante la cual el Santo Sepulcro, gigantesca pieza de la orfebrería dieciochesca, recorre una porción del área.

Sin ese emporio de iglesias y plazas que marcan la imagen del Camagüey el testimonio cultural sería muy diferente y por tanto valga el reconocimiento del bien patrimonial como homenaje a los que en ella se dieron cita a lo largo de estos largos años; a su resistencia y capacidad para dialogar con su tiempo debemos esta joya del patrimonio cultural. Conservarle en su extensa pluralidad será un reto de por siempre.

*Master en Historia del Arte y master en Conservación de Centros Históricos y Rehabilitación del Patrimonio Edificado, profesor Titular de la Universidad de Camagüey y afiliado a la Sociedad de Arquitectura de la Unión Nacional de Arquitectos e Ingenieros de la Construcción de Cuba (UNAICC) y a la Unión Nacional de Historiadores de Cuba (UNHIC).

Autor: Marcos Tamames Henderson, Tomado de www.ohcamaguey.co.cu