Amalia Simoni Argilagos
Casada con el abogado principeño Ignacio Agramonte y Loynaz el 1ro. de agosto del año 1868, a quien más tarde acompañó en los campos de la Revolución de 1868, Amalia Simoni pudo encarar los más difíciles momentos de la coyuntura política cubana de mediados del siglo XIX y de los primeros lustros del siglo XX.
Precisamente esa posibilidad la obtuvo por brillar con luz propia desde mucho antes de conocer a Agramonte. Poseía Amalia gran sensibilidad para el arte y una cultura exquisita, ganada en la Isla y en los viajes familiares por Europa; contaba además con probada resistencia y valor innato. Por el conjunto de cualidades sobresalientes y valores humanos esta dignísima mujer del Camagüey ha merecido un aprecio particular de los cubanos y las cubanas.
La Magdalena de Tiziano (1), como la nombrara la poetiza camagüeyana Aurelia Castillo y del Castillo, había sido formada en cuna rica en Puerto Príncipe, recibiendo esmerada educación en el hogar y en los colegios lugareños; dominaba Amalia varios idiomas y poseía dotes de soprano, amén de interpretar magistralmente el piano. Esto último complacía mucho al novio, tan apasionado por ella.
Por cierto, en una carta escrita por Ignacio Agramonte, con fecha del 13 de abril de 1867 este le señalaba: «En una de tus cartas leo estas palabras: ‘Tu deber antes que mi felicidad es mi gusto, Ignacio mío’. Y cómo no amarte si eres tan grande, si tan elevado es tu corazón. Sí Amalia, me siento arrastrado porque se ama lo bueno, y se adora lo bello. Sin embargo, yo te aseguro que vacilaría si alguna vez encontrara tu felicidad y mi deber frente a frente; creo que ya te lo dije en otra ocasión. Ojalá nunca se encuentren. Adiós, mi Amalia, hasta otro día». (2)
Este fragmento es revelador de una de las facetas primigenias del novio que, puede afirmarse, la dama conocía perfectamente, donde queda de manifiesto el pensamiento de Agramonte de compromiso político por Cuba, pensamiento que también la novia pareció estar dispuesta a seguir. Precisamente la gran confianza que Ignacio depositara en Amalia Simoni, la obligaba a seguirle en sus mismos ideales juveniles, aunque maduros.
Poco después, en el mes de mayo del mismo año, él le confesaría que una amiga habanera le recomendaba que «huyera de peligros». Pero qué peligros podían acecharlo en La Habana, mientras realizaba estudios de Jurisprudencia en la universidad capitalina. Sin dudas Amalia se mantenía informada de algunos, no todos, de sus pasos en medio de la tensa coyuntura política que ya se ventilaba en el occidente del país, y en la que Ignacio parecía estar sumido junto a otros estudiantes de su mismo calibre.
De manera que mientras el amor alimentaba la embriaguez de los dos novios criollos, otros deberes los iban atando cada vez más a la patria en tránsito a la nación. El compromiso político de ambos amantes, se haría cada vez más fuerte.
Esto ayuda a entender la decisión de Amalia de seguir a su esposo a la manigua insurrecta y su permanencia en los campos de la Revolución desde el mes de noviembre de 1868 y hasta el 26 de mayo de 1870, fecha en que fuera presa de los españoles en el refugio del Tibisial (3), en Cubitas, junto a su pequeño hijo de apenas un año de nacido y otros familiares.
Indoblegable desde su captura, Amalia Simoni mantuvo total entereza de principios patrióticos y fidelidad sin límites a los ideales de emancipación social que preconizaba su compañero, quien quedaría acompañado de la magnífica Caballería que él había creado.
Por cierto, su compañera idolatrada, de una formación hogareña especial que tuvo que modificar en alguna medida por las circunstancias de la guerra, conoció desde un primer momento que Agramonte se hallaba preparando dicho Escuadrón de Caballería para dejar atrás a la caballería española (4). De manera que los esposos buscaban entremezclar los asuntos amorosos íntimos con los más disímiles temas de la guerra, sin que ella viera en esto una molestia de parte de su compañero.
Lejos de Cuba, en medio de la emigración patriótica en Nueva York, fue sorprendida Amalia Simoni por la noticia de la muerte de su Ignacio idolatrado, ocurrida en Jimaguayú el 11 de mayo de 1873. Un año antes, el 19 de noviembre, el Mayor le había pedido: «A Ernesto y Herminia háblales con frecuencia de su papá, educa y forma sus corazones tiernos a semejanza del tuyo; que cuando encuentre en ellos tu retrato y tu alma, mi cariño y mi satisfacción no tendrán límites, dales un millón de besos.» (5)
No veamos en esta exhortación una fatal despedida, ese sentimiento no era capaz de incubarlo y transmitírselo el Hombre de sobrada voluntad y optimismo que era Agramonte a la mujer que amara hasta el delirio.
Apenas once días antes del holocausto, Amalia le había rogado que fuera más prudente en los combates, que expusiera menos un brazo y una inteligencia que tanto necesitaba Cuba. No bastándole estos y otros ruegos, la imaginación le seguía en los campos de la pobre Cuba.(6) Lamentablemente esta misiva nunca llegó a manos de Agramonte.
Allá distante quedaba ella recibiendo el calor y protección de la emigración revolucionaria y, sobre todo, la dicha de saberse reconocida y admirada por José Martí, quien ponderara sus méritos por estar a la misma altura de los del héroe epónimo camagüeyano.
Admirado de Amalia, el Maestro escribiría en Patria el 25 de junio de 1892: «Por la dignidad y fortaleza de su vida; por su inteligencia rara y su modestia y gran cultura; por el cariño ternísimo y conmovedor con que acompaña y guía en el mundo a sus dos hijos, los hijos del héroe, –respeta Patria y admira a la señora Amalia Simoni, a la viuda de Ignacio Agramonte.» (7)
En realidad desde el 10 de octubre de 1888 ella había tenido acercamiento a Martí, ocasión en que escuchara su discurso fervoroso en conmemoración del 10 de octubre de 1868. Cuatro días después le solicitaría a través de una carta que la contara entre todos sus compatriotas y verdaderos amigos.
No lo defraudaría. Desde entonces redobló sus esfuerzos en aras de la independencia y la emancipación plena de hombres y mujeres de Cuba. (8)
Hasta el momento de sorprenderle la muerte, ocurrida en La Habana el 23 de enero de 1918, mantuvo inquebrantable postura política por la total independencia de Cuba y contra la intervención norteamericana en los asuntos internos del país.
En ese combate de ideas Amalia Simoni no había dejado de ocupar la primera fila junto a Salvador Cisneros Betancourt, Manuel Sanguily Garrite, María de la Concepción Concha Agramonte Boza y otras dignas figuras patrióticas de la naciente República cubana. Con la Vergüenza del Mayor Agramonte, frase usada por él para impedir a tiempo la caída de la Revolución en el Camaguey –y no se exagera al decir que en toda la Isla– Amalia Simoni se había echado a luchar por un país nuevo, donde la justicia, la igualdad y la libertad fueran la conquista suprema social.
Su recuerdo es imborrable y sus virtudes de amor y patriotismo germinan en nuestra juventud.
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Notas
1. Aurelia del Castillo: Ignacio Agramonte en la Vida Privada. Editora Política, La Habana, 1990. p. 8.
2. Eugenio Betancourt Agramonte: Ignacio Agramonte y la Revolución Cubana. Editorial Dorrbecker, La Habana, 1928. El fragmente corresponde a una de las cuatro cartas escritas por Agramonte desde San Diego de los Baños, Pinar del Río, mientras recibía tratamiento facultativo por causas de un catarro.
3. Finca situada en la Prefectura de Cubitas, antiguo fundo de Bainoa, donde instalara el rancho la familia Simoni, una de cuyas habitaciones Ignacio bautizó con el nombre del Idilio. Dicha finca era propiedad de los esposos Manuel Betancourt Betancourt y Belén Agüero Betancourt, colaboradores de los revolucionarios.
4. En carta del 9 de junio de 1869.
5. Juan Ramírez Pellerano: Cartas a Amalia. 2da. Edición. Editorial Ácana, Camagüey, 2007. p. 79.
6. Juan Ramírez Pellerano: Ob. cit. pp. 79-80.
7. José Martí: Obras Completas, Editorial de Ciencias Sociales, La Habana, 1975, t. 5, p. 378. (Merece consultarse para más detalles la obra de Luis Álvarez Álvarez y Gustavo Sed Nieves: El Camagüey en Martí. Editorial José Martí, La Habana, 1997. p. 307).
8. De la carta manuscrita de Amalia Simoni dirigida a la patriota camagüeyana Gabriela de Varona y Varona, el 17 de mayo de 1897. En: Fondos del Museo Provincial Ignacio Agramonte. Camagüey
Artículo: Amalia Simoni Argilagos: virtudes de amor y patriotismo, Autor: MsC. Fernando Crespo Baró, Tomado de www.ohcamaguey.co.cu